“¡MUERA LA INTELIGENCIA…!”

Pablo Arredondo Ramírez
Eran los albores de la guerra civil española, en octubre de 1936, cuando en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, frente al rector Miguel de Unamuno (uno de los pensadores más connotados de la península) el militar de corte fascista José Millán-Astray, escupió la patética frase. Al decir de muchos historiadores la expresión del milico de extrema derecha condensó la postura del fascismo frente al mundo intelectual y académico del que forman parte las universidades.
La historia no se repite, pero como diría Siegmund Ginzberg, autor de “Síndrome 1933”, guarda muchas analogías, y lo que está sucediendo en Estados Unidos no es la excepción. La llegada por segunda ocasión de Donald Trump a la Casa Blanca ha supuesto, entre otras tantas barbaridades, un ataque sin rubor al mundo universitario estadounidense; en particular la confrontación con ciertas Universidades de prestigio de aquel país.
El ataque incluye la amenaza de recortar o suprimir fondos federales para la investigación, limitar las visas para profesores y estudiantes extranjeros y anular cualquier tipo de beneficios fiscales del que gozan las instituciones públicas y privadas de educación superior. Se trata de apretarlas, intimidarlas y mantenerlas contra la pared y en un descuido contra el paredón. ¿La razón? Simplemente castigar a las universidades en donde el ideario ultraconservador del Trumpismo no sea el predominante; atacar las ideas y los currículos de corte liberal a los que consideran de izquierda “radical”.
El episodio más llamativo, al momento, fue el escenificado por la administración Trump contra las universidades de Harvard (en Boston) y de Columbia (en Nueva York). No fueron las únicas, desde luego, pero quizá las más prestigiadas. La amenaza surtió efecto en la institución neoyorkina (Columbia) pero se topó con pared en la de Boston (Harvard). Esta última se negó a ceñirse a los dictados del autoritarismo oficial y emprendió una batalla legal que terminó por otorgarle la razón. En ese particular caso las razones punitivas no surtieron efecto, pero el empeño de los derechistas sigue en pie.
¿Zanahoria o garrote?
Al iniciar octubre la administración federal seleccionó a nueve universidades y, asumiendo la estrategia de los “incentivos”, les propuso firmar un acuerdo para cumplir con los deseos y políticas del Trumpismo. Estas universidades son: Vanderbilt, la Universidad de Pensilvania, Dartmouth College, la Universidad del Sur de California, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), la Universidad de Texas, la Universidad de Arizona, la Universidad de Brown y la Universidad de Virginia. Serían las firmantes iniciales de un pacto más amplio que incluiría a muchas más instituciones de educación superior. Tienen hasta al 21 de noviembre para tomar una decisión; después…aténganse a las consecuencias.
El pacto del gobierno federal contempla la entrega de subsidios, apoyos financieros y demás incentivos a cambio de suprimir las acciones afirmativas que protegen el derecho de las minorías, incluyendo las mujeres, asumir los criterios de género propios del ultraconservadurismo (la existencia exclusiva de sólo dos sexos), promover las visiones de esa corriente en los contenidos curriculares e inhibir las manifestaciones estudiantiles contrarias a la Casa Blanca (por ejemplo, las manifestaciones contra el magnicidio en Gaza). En pocas palabras, sacrificar la autonomía de las universidades y la libertad de cátedra.
Hasta el momento sólo el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) ha expresado sus reservas con el acuerdo, mientras la Universidad de Texas ha lanzado un guiño complaciente. Seguramente pronto se sabrá si la nueva estrategia de Trump, la de los estímulos positivos en lugar del garrote, surtirá algún efecto en el resto de las universidades. Por lo pronto, la intención de doblegar el espíritu libre y el pensamiento crítico propio del mundo universitario sigue vigente. En algunos casos se manifiesta de manera extrema.
“Te mataré frente a tus alumnos…”
En días recientes se ha difundido el caso del profesor Mark Bray, historiador, académico de la Universidad de Rutdgers, estudioso de los movimientos fascistas y autor de textos que describen las fuerzas que resisten, en Estados Unidos, a la ultraderecha; los llamados “Antifa”. En su momento el profesor Bray también fue partícipe del movimiento “Occupy Wall Street”.
Tras recibir repetidas amenazas, algunas de muerte, el académico debió tomar una decisión complicada: empacar y salir de su país, con todo y su familia. Trump había designado como grupo terrorista a la organización Antifa, y por el simple hecho de haber escrito un texto sobre ese movimiento, Mark Bray fue catalogado enemigo de la América trumpista y condenado a la extinción.
Tal y como sucedió en su momento con muchos intelectuales europeos antifascistas durante los tiempos de la segunda guerra mundial, que huyeron a Estados Unidos para libarse de la cárcel y de la muerte, ahora estamos presenciando la dinámica inversa. De cara al fascismo en ascenso estadounidense una cantidad no determinada de académicos, intelectuales y creadores estadounidenses vislumbran que su futuro (al menos inmediato) ya no se encuentra en la “tierra de las oportunidades”. Para muchos, el “sueño americano” se está transformando en pesadilla.
¿Y a nosotros, qué?
Si no fuera porque el destino de México está atado al del vecino en crisis, y porque al interior contamos con una oposición y con una estructura mediática que agrupa a lo peor de la derecha (muchos de ellos demasiado próximos a la ultraderecha), los embates contra las universidades y contra la inteligencia que se suceden el Estados Unidos no serían tan preocupantes.
Pero sucede que, en nuestras laderas, la derecha y sus medios de comunicación están deseosos de que el modelo de Trump termine por implantarse en México. De momento son minoría, pero no cesan día con día de socavar un proyecto de gobierno que hasta el momento abraza tanto la idea de igualdad como la de soberanía nacional (o al menos relativa autonomía). Y la universidad crítica y creativa tiene un papel fundamental que jugar en tal proyecto. Si la derecha se impone, las universidades libres estarán en peligro.