Prensa carroñera

... Pablo Arredondo Ramírez
De un tiempo a la fecha se escucha en diversos espacios mediáticos el concepto “carroñeros”, sobre todo en referencia a ciertas prácticas periodísticas en México (y sin duda también en otras latitudes). Y aunque más o menos todos suponemos cuál es el sentido del término, no está de más tratar de dilucidar lo que subyace a tal adjetivo.
En un sentido estricto, ajustado a lo que indican los diccionarios, un carroñero es un “animal que consume cadáveres de animales sin haber participado en su caza”. Un carroñero, así definido, es un animal oportunista: un animal que aprovecha la desgracia (la muerte) de otros para alimentarse, para sobrevivir.
La carroña, por su parte, está relacionada con lo podrido, con la carne corrompida. Sinónimos de carroña vendrían a ser los restos o despojos. Un carroñero es, pues, cualquier animal que come desechos y materia orgánica en descomposición. A los carroñeros también se les conoce como necrófagos: devoradores de carroña, de restos y despojos. Ejemplos de especies dedicadas a tal práctica abundan, pero sin duda hay algunas emblemáticas: ahí están los buitres, los mapaches y las hienas, fácilmente identificables. Pero también se encuentran otros mamíferos como los leones. En la categoría de animales carroñeros también están contemplados diversos insectos como los escarabajos, las hormigas y las moscas. En fin, la práctica de devorar seres que han entrado en la dimensión de la finitud parece recurrente entre algunas especies del mundo animal. Son los carroñeros.
¿En qué sentido podríamos, entonces, hablar de una prensa carroñera o de periodistas necrófagos? Figurativamente, los medios de comunicación carroñeros son aquellos que se alimentan y viven del infortunio de otros, en particular de la muerte. En nuestro país existe una larga tradición de prensa, impresa y electrónica, asociada con la necrofagia. Imposible ignorar ¡Alarma!, aquel tabloide sensacionalista que marcó la historia de la nota roja mexicana desde los años sesenta: el morbo y la desgracia ajena convertidos en actualidad noticiosa. No debe ignorarse que desde entonces —y aun antes— las prácticas del sensacionalismo o amarillismo se incorporaron a las secciones policiacas de muchos diarios en el país, incluyendo a las de la mal llamada prensa nacional, siempre tan seria ella.
Es importante hacer notar que, a partir de los años noventa —y sobre todo al arranque del presente siglo— fuimos testigos de cómo la nota roja de los diarios “más prestigiados” del país se desplazó desde su tradicional ubicación en las últimas páginas de los rotativos hasta ocupar las ocho columnas de la página frontal. Los escándalos políticos y la violencia del mismo signo se pusieron de moda. Los testimonios recorren desde el asesinato de un candidato presidencial y de otros funcionarios de primera línea, o de conductores televisivos de la farándula, hasta las guerras inconstitucionales declaradas contra el narcotráfico desde Los Pinos y su caudal de víctimas “anónimas”. La muerte se volvió un apetitoso alimento para los medios.
La televisión —el medio de mayor consumo entre las audiencias de este país— se sumó de manera oportuna y, en buena medida, alimentó la moda, lo que ahora se conoce como “tendencia”. Del silencio hipócrita de los informadores electrónicos se pasó al gritoneo sensacionalista en la pantalla chica (TV Azteca, sin ser la única televisora, devino en el paradigma de tales prácticas). El corifeo de las desgracias ocasionadas por la violencia y la muerte se multiplicó, y las ganancias crecieron en ellos. Los periodistas y las empresas de medios que se alimentan de la carroña se han multiplicado con el correr del tiempo y, ahora, en la era de las redes sociales, han encontrado un campo fértil para su reproducción. Las prácticas carroñeras están de moda en gran parte del espectro mediático.
Las desgracias ocurridas en estos días (en Nueva York y en la Ciudad de México) son una muestra inequívoca de cómo funciona el periodismo carroñero.
La conjetura fácil, la especulación y las ganas de alimentar no sólo el morbo, sino el miedo en la sociedad mexicana, se observan en los medios propiedad de grandes corporaciones, al igual que en muchos de los espacios surgidos en el nuevo ecosistema comunicacional de las redes sociales. Sobre todo entre quienes apuestan al fracaso del gobierno en el poder.
Los buitres revolotean las alas y las hienas se lamen los bigotes. Las víctimas están ahí y es hora de convocar al banquete, no importa que el primer ente sacrificado y deglutido sea la verdad.