CONECTIVIDAD DIGITAL VERSUS EXCLUSIÓN SOCIAL

Pablo Arredondo Ramírez
En el marco del debate sobre la nueva reforma de las telecomunicaciones en México, vuelve a emerger el tema de la conectividad y el acceso a internet. En el fondo, se trata de una añeja discusión anexa al llamado “derecho a la información”. La conectividad digital —lo vienen repitiendo por años una gran cantidad de organismos internacionales, desde la Unión Internacional de las Comunicaciones (UIT) hasta el Banco Mundial— está asociada a las posibilidades de desarrollo de las sociedades contemporáneas. De forma tal que la riqueza y su opuesto, la pobreza, tienen en el mundo digital también un claro reflejo.
Internet es la columna vertebral de la comunicación actual y su expansión es vertiginosa. La revolución de las tecnologías de la información está en marcha imparable. Sólo basta constatar que, en los últimos 20 años, el número de usuarios de internet en el mundo se multiplicó por más de cinco. Pasó de mil millones en 2005 a 5.5 mil millones en el año 2024. Se calcula que casi 70 por ciento de los habitantes del planeta son ahora usuarios de esta tecnología, en sus muy variadas modalidades o aplicaciones. La economía, los servicios públicos, el entretenimiento y los juegos del poder (por solo mencionar algunas dimensiones) están íntimamente vinculados a los usos de la red de redes.
Pero, a pesar de su expansiva presencia, el acceso a esta tecnología —al igual que a otros recursos fundamentales para el desarrollo social y económico— está mal distribuido. Los datos son ilustrativos: mientras que en los llamados países de “altos ingresos” (digamos, los ricos), más de 90 por ciento de los habitantes son usuarios de internet, en los países de “bajos ingresos” (digamos, los pobres), apenas 27 por ciento de los habitantes puede acceder a los beneficios de la red. No se trata de información generada por alguna organización radical: es la misma que publica la UIT en su más reciente informe.
Otras añejas desigualdades del mundo digital parecen seguir aferradas. Los habitantes del mundo rural están en desventaja frente a quienes habitan en los centros urbanos. De manera agregada, menos de cincuenta por ciento de los habitantes del campo en el mundo son internautas, mientras que 83 por ciento de los urbanitas del globo gozan de ese privilegio. En los países ricos, los granjeros o campesinos prácticamente duplican en proporción a los internautas rurales de los países pobres.
México no escapa a estas y otras tendencias de inequidad, aunque todo indica que hemos avanzado al tratar de equilibrar la balanza. De acuerdo con la más reciente Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de la Información en los Hogares (ENDUITH, 2025), elaborada por el INEGI, en una década (entre 2015 y 2024), el número de usuarios de la red en México creció cerca de 40 millones de personas, de forma tal que poco más del 80 por ciento de los mexicanos mayores de 6 años gozamos de ese privilegio.
La brecha de género se ha cerrado, pero aún prevalecen las desigualdades entre el campo y la ciudad (casi 20 puntos porcentuales de diferencia), por no hablar de los contrastes entre las regiones más favorecidas (el norte y ciertos espacios del centro del país) con los estados marginados de siempre (Chiapas, Oaxaca y Guerrero). Y, desde luego, la brecha digital se mantiene entre ciertos segmentos de edad. Internet sigue excluyendo significativamente a los adultos mayores.
En su declaración de motivos, la propuesta de Ley de las Telecomunicaciones y la Radiodifusión establece que éstos, “como servicios públicos de interés general, son habilitadores fundamentales de derechos fundamentales”. Nunca mejor dicho. Así debería entenderse la conectividad y el acceso a internet; de ello dependen otras posibilidades de desarrollo humano y social.
El acceso a bienes y servicios, pero también el acceso a información necesaria y la posibilidad de ejercer la libre expresión de las ideas, está ahora, como nunca antes, anclado a la conectividad digital.
Y por ello es imprescindible seguir empujando en esa dirección.
Desde luego, la calidad y la pertinencia de la información que circula por la red no se resuelven con el desarrollo de la infraestructura. Hay demasiada basura en la atmósfera digital, al igual que en el mundo analógico, pero esa es harina de otro costal. Se trata de un asunto del que no podemos desentendernos. Al tiempo.