Sheinbaum en las nubes y sin oposición

Juan Luis H. González
Claudia Sheinbaum no solo ganó la presidencia, también ha ganado legitimidad desde el gobierno. Con un 80 % de aprobación, según la encuesta que Lorena Becerra presentó en Latinus, arranca su sexenio con una fuerza simbólica que ni siquiera López Obrador alcanzó en su mejor momento.
No se trata únicamente de una inercia electoral, sino de una combinación efectiva entre continuidad programática y ajuste de estilo. La permanencia de los programas sociales y el aumento sostenido del salario mínimo siguen siendo el ancla de su respaldo popular, pero lo más interesante está en el fondo: el tono cambió.
A diferencia de López Obrador, Sheinbaum no polariza, no necesita incendiar la conversación pública para marcar su posición. Ha optado por una narrativa institucional, más técnica que ideológica, más de gestión que de épica. Incluso frente a los dislates de Trump, la presidenta ha mantenido la calma, y eso —en un país saturado por el ruido y la confrontación— le ha permitido abrirse paso en sectores que nunca comulgaron con el obradorismo duro.
Sheinbaum no ha roto con la 4T, ni lo hará, pero ha sabido administrar el movimiento con otro pulso. Como advierte Michael Sandel, “la autoridad democrática no se sostiene solo por ganar elecciones, sino por generar reconocimiento en quienes no votaron por ti”. Sheinbaum, al menos en este arranque, ha conseguido justo eso.
Morena sigue dominando las preferencias rumbo al 2027: 55 % de las preferencias para diputaciones federales, según el mismo estudio. Pero lo verdaderamente revelador es el estado de la oposición tradicional. El PAN y el PRI, en su afán de resistir, terminaron cavando juntos su propia tumba. Movimiento Ciudadano ya los supera —12 % frente a 11 % y 10 %, respectivamente— y, aunque se mantiene lejano de Morena, se ha convertido en la única fuerza con crecimiento real y percepción positiva.
La marca “PRIAN”, lejos de ser una suma, fue un lastre. El PAN absorbió el descrédito histórico del PRI sin capitalizar nada a cambio. Steven Levitsky lo ha resumido con claridad: “la oposición solo tiene futuro cuando es capaz de construir un relato alternativo creíble y competitivo”. Eso es precisamente lo que no pudieron hacer ni el PRI ni el PAN: carecen de liderazgos, de narrativa y de rumbo. Y ni siquiera pueden culpar al oficialismo por su propio desgaste.
En imagen partidista, los números son elocuentes: el PRI tiene apenas 15 % de opiniones favorables frente a un 67 % de rechazo. El PAN, 26 % a favor y 50 % en contra. Morena, en contraste, conserva 71 % de imagen positiva. Movimiento Ciudadano aparece como el segundo partido mejor evaluado, y hacia el 2030, nombres como Marcelo Ebrard, Omar García Harfuch, Samuel García o Colosio Riojas ya figuran en el horizonte, mientras Andy López Beltrán —aunque sin reconocimiento amplio— empieza a levantar la mano con apellido prestado.
En Jalisco, MC gobierna, pero la amenaza guinda se asoma, de nueva cuenta. Más allá del canibalismo habitual de las tribus morenistas en el estado y del mal tino que han tenido para elegir candidatas y candidatos competitivos, lo cierto es que, si la presidenta mantiene altos márgenes de aprobación y logran posicionar un perfil que no le reste a la marca, Morena estará en condiciones reales de disputar territorios que hasta ahora se le han negado.
Del otro lado, Lemus y los alcaldes de MC serán clave en la definición del nuevo mapa: sobre todo Verónica Delgadillo en la capital y Gerardo Quirino Velázquez en Tlajomulco. De lo que hagan —o dejen de hacer— dependerá, en buena parte, la configuración política-electoral de la zona metropolitana y el estado en el 2027.
Sheinbaum es hoy el motor de esta segunda versión de la 4T. Su estilo ha convencido a sectores que nunca respaldaron a López Obrador y ha neutralizado resistencias sin necesidad de confrontar.